Breve nota acerca del psicoanálisis de Freud
Recientemente estuve leyendo acerca de la teoría de psicoanálisis de Freud, y me pareció adecuado hacer un breve resumen y nota al respecto, ya que muchos de sus conceptos han llegado a infiltrarse en la forma en que los cristianos afrontan sus problemas.
Primero, para Freud, el problema principal del hombre es la socialización. Según su teoría, el paciente no es más que una víctima de las relaciones sociales de su pasado. De modo que alguien debe haber afectado al pobre inadecuado tan profundamente que lo dañó. Esta posición pone toda la responsabilidad de los problemas del hombre en el exterior, en las personas o circunstancias que lo rodean, y le elimina por completo la responsabilidad. Cualquier cristiano podría y debería darse cuenta del terrible error que esto significa. Sabemos que delante de Dios, cada uno de nosotros es responsable de su propia maldad y de su propio pecado, sin importar las circunstancias o las relaciones sociales que lo hayan sacado a la luz. El hombre tiene una naturaleza caída de la cual brotan todas las contiendas y disensiones. El Pastor Paul Tripp lo pone de este modo (y parafraseo): si una botella contiene agua sucia y es sacudida por algún ente externo, es de esperarse que derrame agua sucia. El problema no está en que sea sacudida, sino en que su contenido ya viene dañado. Ese es el hombre. Nuestra naturaleza pecaminosa simplemente se manifiesta cuando las circunstancias a nuestro alrededor nos sacuden de alguna manera. ¿Cuántos cristianos hoy día pierden su tiempo tratando de entender en su pasado y en su historia por qué son lo que son? En la lucha contra el pecado, uno de los primeros pasos es asumir nuestra responsabilidad, y entender que si he pecado es porque soy pecador, punto.
En segundo lugar, Freud aseguro que son los procesos sociales los que crean en el hombre un Superego que se opone a su identidad conformada por sus deseos naturales de sexo y violencia. Este superego (consciencia) es demasiado estricto, así que debe ser debilitado y acallado. ¿Ven el problema? La Biblia afirma que todos los hombres tienen la ley de Dios escrita en sus corazones. No es el resultado de la socialización. Ese Superego no es sino la consciencia puesta por Dios en los hombres para que conozcan lo que es correcto y lo que no es correcto. Y por supuesto, cuando hacemos lo malo, la consciencia nos acusa. Freud pretendía apaciguar la consciencia, o mejor dicho, cauterizarla, para que el hombre pueda seguir pecando sin ser acusado desde adentro. Cuando esta idea es traída a la iglesia, se tiende a minimizar el pecado (y así, la santidad de Dios), y la persona recibe las palabras alentadoras del pastor: «Tú no eres tan malo, no te agobies tanto por tu pecado». La ley de Dios (escrita en tinta o en nuestros corazones) tiene un propósito y uno solamente: que sepamos cuán pecadores somos delante de un Dios Santo, Santo, Santo; y al ser conscientes de esa posición, cuando nuestro ego ha sido doblado y cae postrado, aterrado por su propia maldad, entonces estamos en un muy buen lugar desde donde podemos ver a Cristo y acudir a Él, pues solo Él nos puede salvar de nuestra maldad y sus efectos. Si el pecado no es tan grave, entonces Dios no es tan Santo y Justo como dice ser, y si Dios no es tan Santo y Justo, entonces Cristo y su cruz no es tan necesario. ¡Adiós evangelio!
En tercer lugar, según Freud, solo un experto puede venir desde afuera a ayudar a la pobre víctima indefensa. Este experto que tiene años de experiencia en el psicoanálisis, ha desarrollado una serie de habilidades únicas y es capaz de analizar los sueños, interpretar la asociación libre y unir todos los cabos para producir la «resocialización» requerida. Ahora, cuando oímos todas estas palabras y técnicas, algunos cristianos tienden a quitarse el sombrero y rendir pleitesía a los expertos, al punto de recomendar en algunos casos: «Usted lo que necesita es la ayuda de un experto; necesita ayuda profesional». Hermanos, debemos recordar que en nuestras manos se encuentra un recurso que podemos accesar cada día y a cada momento para enfrentar el pecado y sus consecuencias en este mundo. En primer lugar, no debemos temer porque el Señor ha vencido al mundo, y Él ha prometido darnos la victoria. Junto con ello, nos ha dejado su Palabra, y si la entendemos por lo que es y le damos la autoridad que tiene, entonces los padres podrán aconsejar a sus hijos e hijas, los pastores a sus ovejas, los hermanos a sus hermanas, las ancianas a las jóvenes, los abuelitos a sus nietos. Nos hemos creído la idea de que en materia del alma, solo un experto puede ayudar, y hasta cierto punto es verdad, pero volvemos nuestra mirada hacia el experto equivocado. Dios es el único que puede ayudar en materia del alma, y si somos sus hijos y su Espíritu está en nosotros, entonces la Palabra de Dios cobrando vida en nuestras manos es todo lo que necesitamos para ayudarnos unos a otros.
Una de las razones por las que dejamos entrar estas ideas en la iglesia y en nuestras vidas, es que como Freud vivió en el mundo de Dios, por defecto observó la verdad (aunque a través de unos lentes muy mal graduados) y plasmó esos vestigios de verdad en sus teorías. Por ejemplo, J. Adams nota que es verdad que la socialización nos afecta, eso no es nada nuevo ni lo inventó Freud. La Biblia habla muchas veces de cómo las personas se pueden afectar unas otras y tener influencia unas sobre otras. «Pero la diferencia, como el día y la noche, entre el freudianismo y la verdad de Dios es: Dios nos hace responsables de hacer algo en cuanto a la influencia. No podemos pensar que somos cajas de fósforos tiradas de un lado a otro por las olas y los vientos de la influencia. Cuando uno está bajo la influencia de otro, es porque se ha permitido estar y permanecer bajo esa influencia. Según las Escrituras, Dios hace al hombre responsable por el estilo de vida que adopta y según el cual se desenvuelven. Uno debe replantearse bíblicamente lo que ha aprendido. Debe ‘probar todas las cosas y retener’ únicamente ‘lo que es bueno’ (1 Tesalonicenses 5:21). Dios espera que los cristianos rechacen o se sacudan de toda mala influencia» (J. Adams, Manual del Consejero Cristiano).
Hermanos, debemos ser muy cuidadosos cuando tratamos los problemas del alma en nuestras iglesias y en nuestras familias. Dios es el Creador y el que mejor sabe lo que el hombre realmente necesita. No hay ninguna relación entre la luz y las tinieblas, ninguna, sino que donde entra la Luz, las tinieblas no prevalecen. Debemos arrepentirnos de nuestra falta de confianza (fe) en la Palabra de Dios como suficiente, pues ella contiene todo lo necesario para la vida y para la piedad. Debemos pedir perdón también por haber expuesto a nuestros hijos, ovejas, y hermanos, a una consejería que lo último que busca es agradar a Dios; que ha convertido al pecador en víctima, al la consciencia en un Superego y al hombre en el salvador del hombre. Volvamos a la Biblia con corazones humildes y roguemos a su Autor que nos enseñe a ser buenos consejeros. Si existe algún grupo selecto, alguna élite, algún gremio de expertos para tratar los asuntos de las almas, esa debe ser la iglesia, llamada a proclamar las virtudes de Aquel que nos sacó de las tinieblas a la luz admirable, pero se ha dejado suplantar.
(Este artículo está inspirado e una sección del libro The Christian Counselor’s Manuel por Jay E. Adams).